La obesidad ha sido descrita por la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 2004) como una "epidemia
mundial". Los discursos oficiales de las instituciones responsables de la
gestión de la salud pública continúan haciendo hincapié en que la prevención de
la obesidad debería estar entre las prioridades en materia de salud pública.
(Seidell, 2000; OMS, 2004). Pero esta tarea es complicada porque sobre la
obesidad existen incertidumbres evidentes sobre sus causas, diagnóstico y
tratamiento.
Los investigadores sobre la obesidad tienen
dificultades para concretar cuáles son las causas de esta enfermedad (Alemany,
2003; Corrella y Portolés, 2008).
Diferentes causas, tales como la alimentación, la actividad física, las
costumbres, culturas y la genética parecen estar implicadas, aunque no se
conoce en qué proporción. Además, se tiene dificultad para determinar cuál es
la mejor opción diagnóstica. Por consenso se utiliza el índice de masa corporal
(IMC) cuyo valor se calcula mediante la siguiente fórmula, IMC=Peso (Kg)/Talla
(m2). Pero sabemos que el IMC plantea deficiencias para definir el
porcentaje de grasa corporal de un individuo, especialmente en los niños y
niñas (Moreno et al., 2005). También existen discrepancias entre los
investigadores para identificar qué intervenciones terapéuticas o preventivas
pueden ser las más eficaces. Incluso abordando la fisiopatología de la obesidad
desde una perspectiva multifocal, existe dificultad para saber sobre qué
aspectos actuar. El componente genético puede tener un porcentaje alto de
responsabilidad, sobre el cual es improbable intervenir en la actualidad (Corrella y
Portolés, 2008). Sin embargo, los
investigadores parecen ponerse de acuerdo en indicar que los factores
ambientales, en concreto el control de la alimentación y el fomento de la
actividad física, son claves para el control del peso corporal.
En este post nos centraremos en los problemas metodológicos
para diagnosticar la obesidad mediante el IMC como instrumento. Aunque exista
consenso entre los investigadores en materia de obesidad para utilizar el índice
de masa corporal (IMC), y aunque se ha visto que son pertinentes variaciones
para la medición en diferentes edades sobre todo en la infancia, esta decisión
no está exenta de controversia. En un principio se utilizó una definición de la
obesidad y el sobrepeso infantiles basada en percentiles poblacionales
(locales) del IMC: la obesidad se localizaba por encima de los valores del percentil
95 para la edad y el sexo, mientras que el sobrepeso comprendía los valores
situados entre el percentil 85 y el 95. En España, basándose en estos
criterios, se utilizaron desde el año 1988 las tablas de la Fundación Orbegozo
(Hernández et al., 1988). Tablas en las que se
basa el estudio enKid (1998-2000) que observaba una prevalencia de sobrepeso y
obesidad del 30,4% en niños y niñas entre 6 y 9 años (Serra et al., 2003). Sin embargo, esta opción tiene algunas
limitaciones, debido al hecho de que las tablas disponibles de valores de IMC
poblacionales reflejan la distribución gaussiana (normal) de una población.
Además, las tablas de percentiles de IMC poblacionales pueden no ser útiles
para valorar a personas de otras razas.
Por todo lo anteriormente expuesto, la OMS
propuso utilizar los percentiles 85 y 95 de las tablas de los Centers for
Disease Control and Prevention (CDC), correspondientes a las sucesivas
encuestas NAHNES, cuyos datos estaban actualizados y en formato electrónico.
Por otra parte, un comité de la International Obesity Task Force (IOTF) ha
decidido adoptar los puntos de corte de IMC establecidos por Cole et at.
(2000), elaborados mediante una proyección matemática de los valores
correspondientes a la definición para los adultos de obesidad (IMC >30
kg/m2) y sobrepeso (IMC>25 kg/m2). En estas tablas se basa el estudio
ALADINO (2010-2011) que observa una prevalencia de sobrepeso y obesidad
infantil del 44,5% en niños y niñas entre 6 y 9 años.
Los estudios enKid (1998-2000) y ALADINO (2010-2011)
son el paradigma de las diferencias de criterio en la comparación de tablas de
referencia para el IMC en niños y niñas. Aparentemente el estudio ALADINO
(2010-2011) ofrece en su resultado un incremento en la prevalencia del
sobrepeso y la obesidad en relación con el estudio enKid. Sin embargo, no
existen diferencias cuando los datos del estudio ALADINO se analizan con las
tablas de la Fundación Orbegozo, deparando entonces una prevalencia de
sobrepeso y obesidad del 30,8% en niños y niñas entre 6 y 9 años. Según
los datos del estudio ALADINO desarrollado por la Agencia Española de Seguridad
Alimentaria (2011) la prevalencia de obesidad infantil no ha aumentado en los
últimos once años. En el año 2005 se
puso en marcha la estrategia “NAOS” basada en las recomendaciones de la
Organización Mundial de la Salud (2004). El estudio enKid fue el estudio de
referencia en ese momento pero no teníamos datos de los sucedido en los últimos
cinco años. Sin embargo si se puso en marcha una campaña para disminuir el
supuesto aumento de la obesidad infantil que originó grandes costes económicos
al estado. Del mismo modo también se generó alerta en la sociedad por los
riesgos potenciales que suponía esta “epidemia de obesidad” para los niños y
niñas. El estudio ALADINO viene a mostrar la necesidad de comenzar investigaciones
a nivel mundial sobre el impacto de estas medidas en la prevalencia de la
obesidad infantil y los hábitos alimenticios de los menores. Esta necesidad se
basa en dotar de evidencia científica a las “impresiones” de los expertos.
La calificación de la obesidad como epidemia tiene sus riesgos
potenciales. Autores como Campos (2004), Gard y Wright (2005) y Gard (2011)
advierten de los peligros de tratar la obesidad como una epidemia. Estos autores manifiestan que se ha optado
por generalizar acerca de las causas y las consecuencias de estar obeso y ello
conlleva ciertas dificultades. La principal causa es que los ciudadanos
conviven con una visión particular de la obesidad, estar obeso es igual a estar
enfermo. Entiendo que esta idea se deriva, en parte, de una compresión
limitada, insuficiente y/o parcial de la salud, la obesidad, la alimentación,
la actividad física, la sociedad y la cultura.
Alemany, M. (2003). Mecanismos de control del peso
corporal. Revista de la Real Academia de Medicina de Cataluña, 18 (2), 44-49.
Campos,
P. (2004). The obesity Myth. Nueva York: Gotham Books.
Cole,
T.J., Bellizzi, M.C., Flegal, K.M., Dietz, W.H. (2000). Establishing a standard
definition for child overweight and obesity worldwide: international survey. British Medical Journal, 320, 1240-1243.
Corrella, D. y Portolés, O. (2008). Avances en el conocimiento de las bases
genéticas de la obesidad. En: Genética, Nutrición y Enfermedad (2008).
CSIC. Madrid: Edimsa.
Gard,
M. y Wright, J. (2005). The obesity
epidemic. Science, morality and ideology. Londres: Routledge.
Gard,
M. (2011). The end of the epidemic
obesity. New York: Routledge.
Hernández, M., Castellet, J., Narvaiza, J.L.,
Rincón, J.M., Ruiz, I. y Sánchez, E. (1988). Curvas y tablas de crecimiento. Instituto de Investigación sobre
Crecimiento y Desarrollo, Fundación Faustino Orbegozo. Madrid: Editorial
Garsi.
Organización Mundial de la Salud (2004). Estrategia Global sobre Dieta, Actividad
Física y Salud. Ginebra:
OMS.
Seidell,
J.C. (2000). The current epidemic of obesity.
En C. Bouchard (ed.), Physical
Activity and Obesity. Chapaign, IL: Human Kinetic
Serra, L., Ribas, L., Aranceta, J., Pérez, C.,
Saavedra, P. y Peña, L. (2003). Obesidad infantil y juvenil en España.
Resultados del estudio enKid. Medicina
Clínica, 121 (19), 725-732.
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