Cada vez son más los autores que
abogan por una forma diferente de fomentar hábitos saludables por medio de la
educación para la salud. El cambio del miedo por la diversión es la clave. Los
investigadores de diferentes campos de estudio coinciden en esta propuesta.
Antonio Casimiro, profesor de la Universidad de Almería, habla de activar la
mente a la par que activamos el cuerpo. La práctica de hábitos saludables debe
ser un aliado para encontrar la felicidad personal. La práctica de un estilo de
vida saludable no debe perseguir exclusivamente no enfermar o una imagen
corporal concreta. Estos logros serán secundarios y vendrán por añadidura si
disfrutamos con el proceso que conlleva el cuidar la salud. Para modificar conductas
es esencial que las personas se encuentren bien con ellas mismas. Incluso
fisiológicamente es necesario. Según Mario Alonso Puig, médico y divulgador
científico, sólo podemos aprender y cambiar conductas cuando segregamos
dopamina que favorece la regeneración neuronal. Esta segregación se produce
cuando nos encontramos en un estado de bienestar físico, metal y social que nos
permite emprender actividades creativas. Por el contrario, cuando sentimos
temor o miedo segregamos cortisol y glutamato que favorecen la destrucción
neuronal.
Jose Antonio Marina, filósofo e
investigador sobre inteligencia y creatividad, también crítica las prácticas
pedagógicas basadas en el miedo por la falta de efectividad para promover
cambios conductuales. Esto es debido principalmente a la paralización que
producen estos discursos. El miedo se ha utilizado para motivar cambios por la
capacitad “positiva” de poner en alerta a los individuos para actuar con
prudencia. Sin embargo, cuando el miedo no se controla paraliza a los individuos,
según Pilar Jericó.
En materia
de educación sobre la salud y obesidad la prácticas de mansajes alarmistas es
frecuente. El miedo a enfermar y a la exclusión social son premisas que se
imponen en los discursos para el control del peso corporal. Pero al mismo
tiempo, cada vez son más, los jóvenes que presentan una relación problemática
con la alimentación y su cuerpo. Los jóvenes pueden estar generando actitudes
de temor ante el imperativo de cuidar de forma mecanicista su cuerpo. Esta
circunstancia puede llevar a los jóvenes a la inactividad en la práctica de
hábitos saludables. Se les pide por parte de sus familias, medios de
comunicación y educadores que realicen actividad física y practiquen una
alimentación equilibrada sin fomentar el disfrute de ese proceso. El objetivo
es finalista, cuídate para estar sano y no estar obeso. De esta forma será
difícil que los jóvenes disfruten con el proceso de llevar un estilo de vida
saludable. Quizás es al contrario, algunos los ven como un proceso tedioso y
difícil de conseguir.
El cuidado de hábitos alimentarios y los
patrones de actividad física son esenciales para contribuir a un estilo de vida
saludable, pero para que sean sostenidos en el tiempo es necesario prestar
atención a otras variables. La clave está en interiorizar el cuidado de uno
mismo de forma subjetiva para gestionar nuestra salud dentro de un estado
emocional positivo. No infundir miedo es fundamental para enseñar y fomentar
cambios sobre las actitudes. Quizás la falta de atención a este particular es
una de las razones del fracaso de los programas de educación para la salud que
tienen como objetivo la promoción de hábitos saludables en relación con la actividad
física y la alimentación equilibrada.